“Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé” (Conf. X, 27,38). Con este grito de su corazón, San Agustín expresa su pesar por haber perdido tantos años de su vida. La conversión fue para él el encuentro definitivo con la verdad. Al convertirse, Agustín se encontró a sí mismo y a la alegría de vivir. Encontró la medida del amor en el abrazo misericordioso del Padre y, en la Iglesia, madre de la salvación y modelo de vida.

En el año 386, a la edad de 32 años, Agustín, su hijo Adeodato, su madre Mónica y un grupo de amigos comenzaron a vivir en una pequeña propiedad llamada Casiciaco, situada cerca de Milán. Lugar de retiro en preparación para el bautismo. Allí escribió varios tratados filosóficos en diálogo con sus amigos.